“Hoy la memoria escoge
el camino más corto para herirme”
(Rafael Montesinos)
En estos versos del poeta sevillano se encuentra una
de las verdades profundas que encierra la Semana Santa. O la Semana Santa real.
Aquella que va más allá de aspectos secundarios y accesorios modernos. Aquella
que busca la esencia de la fiesta, atravesando el camino de la memoria hasta
alcanzar el Mundo de los Recuerdos. Porque, ¿qué sería de la Semana Santa sin
la visita de los recuerdos?
Todos, cuando vivimos determinados momentos de esa
Vida que, en palabras de Caro Romero, dura una semana recordamos siempre
instantes pasados y ya efímeros, pues el avance del reloj del tiempo así ha
dictado Sentencia. Recordamos cómo pedíamos caramelos en las calles, cómo nos
inquietábamos cuando alguien decía “!Ya se ve la Virgen!”, cómo pasábamos las
hojas del programa de mano impacientes ante el discurrir de nazarenos de negro.
La ciudad regala en Semana Santa a un servidor
nostalgias que no serían fáciles de resumir. Todo el que me conoce sabe que
tengo el honor de ser hermano de la Macarena, una devoción que me llegó de la
mano de mi tío, Diego Ríos Campos, “El Chiqui”. Decir Macarena es decir
Esperanza, Amor, Madre. Y es decir Recuerdos de ese querido familiar que tanta
devoción tenía a la Señora de San Gil, la que mora junto al Arco…
Pero también está el pueblo. Y allí junto a otro Arco,
la mañana del Jueves Santo amanece, como en la sevillana calle Bécquer,
perfumada de claveles, gladiolos o rosas la Madre de Dios. De Esperanza a
Dolores. La otra gran devoción del tío que inculcó a su sobrino los mismos
sentimientos.
Y es ahí donde ataca la memoria. Sin anestesia alguna
que pueda remediar la melancolía. Ver a la Virgen de los Dolores en su paso,
preparada para repartir sus bendiciones por Umbrete. Saber que en Sevilla me
espera también María bajo palio para enarbolar otra Madrugá la bandera de la
Esperanza. Tener conciencia de que sus devociones (y mis devociones) aguardan
expectantes en esa mañana de Jueves Santo. Y pensar entonces, mientras las
lágrimas surcan mi rostro, cuan ciertos eran los versos del poeta. Porque la
memoria ha escogido el camino más corto para herirme. Porque me ha traído
querido tito el recuerdo de tus lecciones sobre la devoción a la Madre de Dios,
en las advocaciones de Dolores y Esperanza. Y porque no pude decírtelo en vida,
aprovecho ahora este espacio para decírtelo: GRACIAS. Gracias por inculcarme
semejantes devociones. No lo olvidaré y siempre te recordaré. Aunque no sé si
recordarte en el sol de la Resolana, en el suspiro de la mañana o en el azul
cielo de la tarde. Pero te recordaré. Pues con Esperanza y Dolores, Dolores y
Esperanza, por dos caminos la memoria, para recordarte me alcanza.
Juan
Pedro Ríos Madrigal.
Abril 2014.
Tiempo de Cuaresma